A ti que te tocas para canalizar tu
energía sexual, que sacias tus instintos de forma natural. A ti que
compartes tu sexualidad libremente, que facilitas esa faceta que
estimula para dejar fluir entre cuerpo y mente, ese fuego que quema
por dentro y abrasa el espíritu cuando no sale, cuando se estanca,
cuando se pudre enquistándose en nuestro interior ante el miedo de
no saber gestionar una emoción.
A ti que te exhibes abiertamente, que
me muestras lo que tantas veces me prohibieron, que me permites
traspasar las fronteras que otros marcaron (inconscientes), no
toques, no mires, no sientes… que locura de premisa romper con
nuestro aprendizaje sagrado de este recipiente divino que contiene un
alma limpia que no peca, sino aprende.
A ti que te tocas, que me tocas, que
nos tocamos, aunque sea desde distantes mundos unidos por cables,
ceros y unos… Al fin somos libres de sabernos, así que canalicemos
sin sufrimiento ni culpa, sin juicio ni conflicto. Canalicemos para
encontrarnos limpios y sin proyecciones, sin pesadas mochilas de
frustraciones.
Canalicemos jugando conscientes del juego divertido y
excitante de saberse y compartir un sabernos sin castigo.
Esta noche te he hecho el amor sin
tocarte, sin molestarte, sin ofenderte. Te he hecho el amor sin
conocerte, sin juzgarte ni exigirte, sin medir lo que vales, lo que
ganas o pierdes cuando das sin saberme y canalizo mi fuego sin
ensuciarte…
Desconocidos clandestinos, amantes de
lo prohibido en un ansia de voracidad humana. Nuestro precio es lo de
menos, son las almas las que se tocan entre puzles tridimensionales,
piezas sin forma que encuentran su sitio en los vacíos que se van
hallando en cigzagueantes mundos impersonales.
Esta noche te hecho el amor y te he
amado, te he sentido, no te he luchado y me has embriagado saciando
anhelos estancados.